Lorena sale a la calle. La vereda se encuentra sucia, el encargado del edificio en el que vive hoy está con parte de enfermo. Esquiva unos excrementos de perro. Pese a la ordenanza municipal, la mayoría de la gente que tiene animales no levanta las porquerías que hacen sus mascotas. Es un día caluroso. El pronóstico indicaba que la máxima iba a rondar los 35 grados. Una gota de transpiración le rueda por la frente hacia su mejilla y la seca con un pañuelo. Siempre le dijeron que tiene una belleza muy particular. Su cálida mirada la hace más hermosa de lo que es. El escote abierto de su blanca remera deja ver gran parte de sus imponentes senos, decorados con pecas en casi toda su extensión. De su minifalda roja con flores blancas brotan sus esculturales piernas que terminan en unos pies perfectos enmarcados con sandalias de finas tiras de cuero. Recoge su cabellera con un broche, que compró en un kiosquito del centro de la ciudad, y se coloca una hebilla de cada lado sobre las orejas. Va al supermercado de los chinos que está junto a la heladería. Suelen tener más variedad de productos que en los otros comercios de la zona. Hoy no quiere hacer el pedido por teléfono como lo hace en muchas oportunidades. Necesita despejarse un poco. A su paso va dejando una estela de miradas que se posan en su figura. Le encanta ir de compras y llenar el changuito hasta desbordar. No se priva de nada. Su tarjeta de crédito tiene un límite muy amplio, y sus ingresos hacen que pueda gastar sin preocuparse por conseguir mejores precios. Pasa por varias góndolas descargando todo tipo de mercadería. Siempre hace una pausa en una muy especial: La sección de vinos. Es su favorita. Elige un Malbec, un Cabernet Sauvignon y un Merlot, para completar los lugares vacíos de su bodega. Toma el carrito para continuar con su compra pero algo le llama la atención, entre los vinos más caros, esos que tienen un precinto con alarma para evitar a los amigos de lo ajeno, se asoma una botella distinta, que parece estar llamándola. La luz de los tubos fluorescentes refleja en ella una tonalidad de azul muy peculiar. Un ideograma oriental de color oro le da un toque especial. El magnetismo que emana la obliga a acariciarla con sus suaves dedos quitándole algo del polvillo que tenía adherido. Haciéndole honor a su fama de compradora compulsiva, ni lo piensa y la pone junto al resto de las botellas que seleccionó. Luego averiguaría qué variedad de vino es y de no ser de su preferencia, quedaría como un bello adorno en su importante bodega personal. Al completar su recorrido habitual, comienza a colocar ceremoniosamente todo lo que va a llevar sobre el mostrador de la caja. Cada producto escaneado por el infrarrojo produce un sonido que Lorena adora, el de “ya es mío”. Pasan los fideos, el azúcar, el desodorante en crema (se lo recomendó una amiga que sabía que ningún otro le daba resultado) y todo lo demás que seleccionó cuidadosamente para que nada falte. Infinidad de veces la cajera, sonriente, hace sonar la dulce melodía del consumismo hasta el momento de ver esa botella. Su rostro se endurece. La mira fijo y con el ceño fruncido. Desde la puerta, otro empleado mira a la cajera con un gesto de desaprobación. Algo dice en su idioma oriental y como si hubiese contado el mejor chiste del mundo todos comienzan a reír a carcajadas. Ante esta incómoda situación Lorena mira con enojo a la chinita que la estaba atendiendo, que le pide disculpas y continúa con su labor. Paga con su tarjeta de crédito dorada y solicita en el mostrador que está junto a la entrada, que le envíen el pedido a su domicilio. Allí le informan que tienen una hora de demora en las entregas, pero ella no se hace mayor problema al respecto. Aprovecha esta circunstancia para ir a tomar una gaseosa fresca al bar de la esquina, ése que tiene el aire acondicionado siempre encendido.
Al rato de haber llegado a su casa, suena el timbre. Es el empleado del supermercado. Baja a abrirle la puerta y lo invita a pasar para evitar así tener que esforzarse con la descarga de la compra, cosa que el muchacho aprueba sabiendo que va a recibir una buena propina, y no se equivoca. Un billete de diez pesos doblado al medio se posa en su mano. Agradece y se va rápidamente, porque tiene que continuar con el reparto.
Ahora llega el momento que menos le gusta, el de vaciar las bolsas y acomodar cada cosa en su lugar. Selecciona lo que se guarda en la heladera en primer lugar, luego lo de la alacena y para el final el placer de completar la bodega. Pero hay un detalle, tres lugares vacíos para cuatro botellas. Sin dudarlo guarda todas menos ésa, la que con su magnetismo no deja que le quite los ojos de encima. Va hasta el living y se sienta en el sillón junto a dos mullidos almohadones con la exótica compra en sus manos. Observa el arte de los símbolos que no comprende; la acaricia percibiendo una extraña sensación, un cosquilleo agradable y relajante. La mira desde todos los ángulos posibles para tratar de averiguar algo respecto a su adquisición. Ya vencida, descubre algo escrito en su base. Una letra muy pequeña y algo que parece una fecha. Busca la lupa que dejó la semana pasada en la biblioteca, después de utilizarla para leer el prospecto de un remedio que le habían recetado. Con ella alcanza a distinguir: “Fecha de elaboración 24/11/2006”. Vuelve a mirar ese detalle una y otra vez. Algún error debe haber. Esa fecha aún no llega. Hoy recién es 19. No le da mucha importancia, asumiendo que está mal impresa. Se dirige a la cocina ya sabiendo qué lugar le corresponde y la deja en una repisa junto a unos frascos llenos de semillas, que puso hace un tiempo para adornar esa pared. La luz que entra por la ventana refleja en la botella un crisol de colores, que parece querer adherirse al muro moviéndose de un lado al otro. No puede dejar de mirarla. Según el ángulo desde el cual se la observe, la refracción de la luz cambia en color y forma. Está muy feliz por haberla adquirido, a la cocina le faltaba un toque distinto, algo que luciera fuera de lo convencional.
Pasan los días y cada vez atrae más su atención, ya no es un adorno sino una necesidad. Cuando no está en casa, mira constantemente el reloj. Cuánto tiempo falta para volver a compartir esa química que la relaciona con ella.
Suena el despertador como todas las mañanas a las 8:15. Apenas mirando por el rabillo del ojo, estira un brazo para apagarlo, pero no lo consigue. Oprime una y otra vez el botón que corta ese sonido, que le eriza la piel diariamente (es la única forma de despertarla, ya que tiene el sueño muy pesado) pero sigue sonando, no le queda más remedio que desenchufarlo, y lo hace. Mira el almanaque y es 24 de noviembre.
- ¿Por qué me suena conocida esta fecha? ¿Quién cumplirá años?
No recuerda el motivo, pero le sigue dando vueltas por la cabeza. Se levanta y va directo al baño, siente una importante presión en su vejiga. Abre las canillas de la ducha y las gira hasta conseguir la temperatura deseada. Siempre se baña por la mañana para despejarse y salir fresca a cumplir con su rutina diaria. Se seca con una toalla anaranjada, suave y de muy buena calidad, que ganó sumando puntos con una tarjeta de shopping. Sale del baño a buscar su ropa interior, pero al mirar hacia la puerta de la cocina el reflejo de la botella hizo que recordara por qué esa fecha daba vueltas por su cabeza. Supuestamente hoy es el día de su elaboración, algo ilógico pero es lo que dice en su base. Sin pensarlo se dirige directamente hacia ella. Embelesada la mira en cada detalle, cada destello, y por impulso la toma con su mano derecha. Una vibración muy fuerte se transmite por su brazo. De la botella brota una luz blanca casi cegadora que le va envolviendo todo el cuerpo. Se fusionan. Pasan a ser una parte de la otra. Un último destello como un rayo cortando el horizonte atraviesa la cocina y hace que todo concluya.
Va a su dormitorio y se viste para ir a trabajar.
Camina por la calle sin prestar atención, pero todas, absolutamente todas las personas que pasan junto a ella no pueden dejar de mirarla, de desearla. Pero con un deseo enfermizo, todos se le acercan a ofrecerle su pasión, su amor, su sexo, sus bienes, su todo. Tratan de tener algo con ella. Un bebé de meses no para de llorar hasta que su madre lo acerca y al alejarlo grita como si lo estuviesen torturando (para él y para cualquier otro es una tortura no poder disfrutar de esa presencia angelical y deseable). Está confundida. Siempre supo que es una mujer deseable, pero no en esta medida. Sabe muy bien que algo debe haberle pasado, pero no recuerda más que el despertador que no podía apagar y haber salido como todos los días a su trabajo. Un anciano de cabellos blancos y bastón de caña la invita a su casa. Le ofrece todas sus pertenencias por el solo hecho de conversar un rato con ella. Comienza a correr hacia la esquina, un taxi espera que abra el semáforo, y sube.
- Buenos días. Vamos a Reconquista 458. Lo más rápido posible por favor.
- -Cómo no – responde el chofer sin mirarla.
Llegando a su destino, el taxista detiene el reloj de su vehículo para cobrarle.
- Son seis pesos con cuarenta centavos – le dice observándola por el espejito retrovisor
- ¿Tiene vuelto de cincuenta pesos?
- Sí. No se preocupe – responde con indiferencia.
Al darse vuelta para darle el cambio, sus ojos parecen salirse de sus órbitas y estira sus brazos queriendo abrazarla. Traba las puertas del coche rogándole una caricia. Está a merced de ese sujeto, totalmente indefensa. Forcejeando dentro del habitáculo logra destrabar las puertas y sale con toda la velocidad que le dan sus piernas. Trastabilla al entrar al edificio donde trabaja, pero no llega a caer. Sin dejar que la vea el encargado de vigilancia que siempre está en el mostrador de la planta baja, sube rápidamente al ascensor y presiona el botón número 15. Espejos de ambos lados de la cabina reflejan infinitas imágenes de su asustado rostro. Se ve fijamente a los ojos y algo dentro de ellos se mueve, oscilando, girando (¿Llameando?). Un sacudón repentino la hace desviar la mirada hacia el indicador, encendido en el número 15. Inmediatamente se abren las puertas. Graciela, la recepcionista no presta atención de quién entra, tratando de ordenar unas facturas y notas de crédito que se le cayeron de la carpeta de deudores. Aprovecha esa distracción para entrar derecho a su oficina. Lo primero que hace es bajar las persianas americanas que tapan los vidrios y cerrar la puerta con llave, así nadie podrá verla. Trata de recuperar el aliento. La situación en que se encuentra la supera. Su vida siempre fue sencilla y ahora todo es una locura. En parte le gusta la idea de cambiar su rutina diaria y piensa cómo podrá sacar provecho de esta situación. Hace una recorrida mental de todo lo ocurrido hasta darse cuenta de un detalle. En el taxi, cuando el chofer la observó por el espejo, no tuvo ninguna reacción, pero al darse vuelta y verla de frente actuó como el resto de la gente que se cruzó a su paso. Toma un espejo, lo deja sobre su escritorio y llama al gordo Daniel, quien siempre fue su confidente, pero aclarándole que por motivos que no podría explicar, solamente puede mirarla a través del espejo. Él accede a su pedido y va a su oficina. Se encuentran en las condiciones pactadas los dos con gestos dispares. Ella con cara de miedo, él con gesto de incertidumbre.
- ¿Me podés decir qué carajo te pasa? – dice Daniel
- Ojalá fuera sencillo. Necesito tu ayuda. Vos sos el único que me puede dar una mano. – Le responde
Como puede y cuidando que el contacto entre ambos sea únicamente el acordado, relata todo lo que le fue pasando durante el día. Trata de recordar hasta el último detalle para que su amigo la ayude con este problema.
- ¿Me estás jugando una broma, verdad? ¿Vos pretendés que yo crea todo esto que me estás contando? Para mí tenés alucinaciones o algo así.
- No Dani… Te juro que me está pasando y te necesito más que nunca. Sos mi amigo, siempre te confié todos mis secretos. Y no te miro para no perderte. Si lo hago no sé que efecto podrá producir en vos que me conocés tanto.
- Bueno, hagamos algo. Esto es muy raro y difícil. Dejame que ordene un poco mis ideas, porque como te imaginarás tengo que estar más rayado que vos para darte bola.
Daniel sale de la oficina, con la mirada perdida y el ceño fruncido. No sabe qué hacer para ayudar a su amiga. Piensa que evidentemente necesita atención profesional de algún psicólogo o psiquiatra.
Suena el teléfono. El interno del que proviene la llamada es de presidencia.
- Hola – dice con voz tenue
- Lorena, necesito urgente el contrato de Tecnistorm – le solicita con vehemencia Jonathan Allende, presidente de la empresa.
- Disculpe señor, ¿Se lo puedo enviar por el cadete? Pasa que estoy un poco descompuesta
- No hay problema, mientras sea en este instante. Y por favor vaya a enfermería para ver si la pueden ayudar.
- Ya se lo mando. Gracias.
Marca el interno 23, el de “Coquito”, un cadete de la empresa bastante particular, tanto que nadie entiende cómo es que sigue teniendo trabajo. Justamente por ello la elección, al ser tan distraído no le prestaría mayor atención ante la evasiva de mostrar su rostro.
- ¿Hola? – atiende Coquito su teléfono
- Coqui, necesito que pases a buscar unos papeles para llevarle al Sr. Allende, pero es urgente. Te pido por favor que vengas ahora.
- Bueno, ya voy – contesta plácidamente
Casi al instante golpean la puerta
- ¿Quién es? – pregunta Lorena
- Coquito – responde extrañado por encontrar la puerta cerrada
Abre la puerta dándole la espalda fingiendo estar hablando por su teléfono celular, para evitar que la mire al rostro.
- Es el sobre azul que está en mi escritorio – dice Lorena a Coquito sin darse vuelta y haciendo una pausa en su supuesta conversación telefónica
- Ya se lo estoy llevando – responde sin mayor preocupación
Coquito sale de la oficina. Lorena piensa alguna forma de salir de ahí. Está presa en su habitáculo. Sin quererlo y ante la desesperación por los hechos, no pensó en las consecuencias de haber entrado a su lugar de trabajo. Una idea se le cruza por la mente, anteojos espejados quizás solucionen momentáneamente su problema, al menos hasta descubrir la forma de volver todo a la normalidad.
- ¿Hola? – dice Daniel al atender el teléfono
- Dani, necesito un favor. Creo que con lo que voy a pedirte puedo zafar de esta situación, al menos por ahora
- Dale, decime que querés – contesta un tanto molesto por la situación
- Comprame unos anteojos espejados, pero bien grandes. Que me tapen bastante la cara – le pide en forma exigente
- Vos estás cada vez mas rayada. Está bien. Te los compro pero después vas urgente a que te vea un psiquiatra. Ya me estás cansando con tus locuras.
- Hago lo que quieras pero dale, comprámelo. ¿Sí?
- Sí. Ya voy, ya voy
Vuelve a sonar el teléfono. No quiere atender pero debe hacerlo, ya que de lo contrario podrían venir a buscarla a la oficina y sería peor el remedio que la enfermedad
- ¿Sí? – dice con la voz apagada
- Lorena, necesito que vengas a mi oficina. Tenemos que modificar unas cláusulas en el contrato que me mandaste para cerrar el negocio – dice el presidente de la empresa con voz firme.
- No se lo tome a mal Señor, ¿Podría pedirle a Ana María que lo haga?, no me siento para nada bien.
- De ninguna manera. Necesito que sea alguien con su presencia y eficacia. Ana María por más voluntad que ponga es bastante ineficiente y de su aspecto prefiero no hablar.
- Pero…
- Nada. La quiero acá en un minuto.
- Sí señor – responde resignada.
Un golpe en la puerta la hace saltar del susto.
- ¡Carajo! ¡Basta de cerrar con llave che! – se escucha decir a Daniel del otro lado de la puerta
- ¿Dani! ¡Me salvaste! ¿Trajiste los anteojos? – dice mientras abre la puerta de espaldas
- Tomá. Me debés cuarenta y tres pesos – le reprocha mientras le alcanza una bolsita amarilla con las gafas dentro
Rápidamente se los pone, antes de girar y mirar a Daniel aprieta los puños rogando que funcione y se da vuelta.
- Te quedan preciosos – dice irónicamente Daniel.
- ¿No pasa nada? ¿No sentís nada raro al verme?
- Sí. Ahora que me lo decís tengo ganas de acogotarte. Sacá turno con un especialista porque lo tuyo es grave.
- ¡Te adoro gordito lindo! – dice mientras le hace un pellizco en la mejilla.
Sale despedida en dirección de presidencia. Todos a su paso la miran extrañados por esos anteojos gigantes espejados que lleva puestos. Pero no les da oportunidad de hacer ningún comentario. Entra a la oficina del Sr. Allende, quien también la mira extrañado.
- Disculpe señor, estoy con un problema en los ojos – explica justificándose.
- ¿Fue por la enfermería como le indiqué?
- No tuve tiempo, pero le prometo que en cuanto terminemos el contrato es lo primero que voy a hacer.
Estaba feliz. Había encontrado una salida. Pero sabía en su interior que si no descubría el motivo de lo que le estaba pasando, tendría problemas futuros.
Luego de terminar su jornada laboral, va a su casa. Mira algunas vidrieras pero va oscureciendo y no puede ver bien. Los anteojos opacan demasiado la luz. Comienza a caminar más rápido. Disfruta la indiferencia de la gente a su paso. Igual nunca falta un piropo halagador, ya que es una mujer hermosa hasta con las gafas puestas. Suena su teléfono celular. Mira para ver si conoce el número, pero la pantalla sólo dice “privado”.
- ¿Hola? – atiende con la esperanza de que sea algún conocido
- Hola señorita Lorena – dice una voz con acento oriental – Necesito hablar con usted. Le están pasando cosas extrañas ¿Verdad? Yo puedo ayudarla.
- ¿Quién es usted? ¿Cómo tiene mi número? – pregunta asustada.
- Mi nombre es Chen Qian, soy del supermercado de la calle Estados Unidos, el que repone mercadería en las góndolas y a veces lleva el pedido a su casa.
- Ah sí, ya te ubico – dice aliviada - ¿Dónde nos podemos ver? Esto que me está pasando me tiene muy preocupada.
- La espero a las 22:30 en “King Sao” ese bar que está en la avenida Entre Ríos e Independencia, ¿Lo ubica?
- Sí. Queda acá nomás. A esa hora nos vemos.
Sigue su camino. En una esquina una viejita espera que la ayuden a cruzar, y lo hace. Ya está todo oscuro. Casi es de noche. Va a hacer una prueba. Mira a la viejita que le agradece haberla ayudado y se saca los anteojos. La reacción es instantánea. La anciana no para de besarle la mano y de rogarle que no la deje, que se quede con ella. Se vuelve a poner las gafas y como si nada hubiera ocurrido le suelta la mano y sigue su camino.
Llega a su casa. Entra, se quita la ropa dejándola desparramada por el piso del comedor. Necesita con urgencia un baño reparador y relajante. Comienza a llenar la bañera, le agrega unas esencias de vainilla y espuma. Se dirige a su bodega. Busca un buen tinto para acompañar el momento de relax. Saca la más grande de sus copas de cristal y sirve en ella un Cabernet. La lleva en su mano izquierda haciéndola girar para orear ese elíxir que tanto disfruta y la deja en un banquito junto a la bañera. Se sumerge casi hasta la frente. Su cuerpo desaparece bajo la espuma perfumada. Asoma un pie y lo apoya en el borde. Cierra los ojos por unos instantes. Al abrirlos ve la copa, la toma con mucha delicadeza y da un sorbo al vino. Lo saborea y paladea, como experta enóloga que es, y lo traga. Una sensación de paz y placer la invade. Da otro y otro trago hasta terminar la última gota y queda dormida.
Despierta exaltada sumergiendo la cabeza en el agua tibia de la bañera. Está feliz, todo fue una pesadilla. Se incorpora, su cuerpo está empapado y con restos de espuma. Cierra la cortina del baño y abre la ducha para enjuagarse. Mira la hora. El reloj marca las 21:33, pero un escalofrío la recorre de punta a punta. Sobre el lavatorio ve los anteojos espejados que dejó antes de bañarse. Todo le da vueltas por la cabeza, recuerda lo que le dijo el empleado del supermercado por teléfono, la gente queriendo abrazarla, los problemas que tuvo que enfrentar en la oficina y como llegó a su casa. Sale del corto letargo de tranquilidad que solo le sirvió para aflojar las tensiones vividas, pero aún hay más.
Tiene el tiempo justo para arreglarse y concurrir a la cita. Se pone un pantalón blanco bien ajustado, una camisola negra, las sandalias de tiras de cuero negro y por supuesto los anteojos espejados. Toma el bolso y las llaves y sale con paso ligero, no quiere llegar tarde. Algunas luces de la calle están apagadas, no ve casi nada, pero no puede quitarse su protección. De hacerlo se vería en problemas nuevamente. Tropieza con la punta de una baldosa que se asoma por la fuerza de las raíces de un árbol pero no llega a caer. Insulta a los cuatro vientos porque le duele mucho el dedo meñique del pie derecho. Rengueando pero sin disminuir la velocidad de su paso sigue hacia el bar del encuentro. Llega a la puerta, se asoma y ve a Chen haciéndole una seña para que suba al primer piso. Este lugar tiene tres niveles, habitualmente lo frecuentan parejas para pasar momentos íntimos. Accede al pedido y él la sigue. Se sientan cerca de la ventana que da a la avenida Independencia y piden dos gaseosas con hielo.
- Bueno, acá estoy. Por favor quiero que me expliques qué está pasando. Sinceramente estoy muy desorientada. Esto no tiene razón de ser – dice Lorena mirándolo fijamente a los ojos
- La historia es larga, pero estoy aquí para contársela, le pido que no me interrumpa, después que termine podrá preguntarme lo que quiera y yo trataré de contestarle – expresa con su típico acento oriental
- Perfecto. Prometo no interrumpir.
- Hace cientos de años, existió en mi país un hombre llamado Lin. Era un tipo de aspecto muy desagradable. Tenía su rostro cubierto por verrugas del tamaño de arvejas, una junto a la otra. La nariz con forma ganchuda y muy grande torcida hacia la derecha casi hasta que la punta tocaba su mejilla (o los granos que la recubrían). Le faltaba el ojo izquierdo. Todo su cuerpo estaba recubierto de pelo abundante. Era un ser realmente horrible y la gente siempre lo evitaba. Jamás tuvo cariño de nadie. Su madre murió en el parto y su padre fue un visitante casual que derramó su simiente en una noche de lujuria. Todo esto hizo que se volcara a la bebida. Casi todo el día ebrio, se lo veía cubierto por unas pieles olorosas, que le robara a un mercader de paso. Nunca pudo asumir su desgracia. Maldecía a los dioses por haberle hecho tener tan espantosa apariencia. Un día, harto de soportar tanto rechazo, tantas miradas de asco, de temor, de asombro, tomó una botella de licor de cristal azulado, escribió en ella con pintura de oro un ideograma y la maldijo. El que la poseyera, recibiría cariño, amor, deseo y lujuria en exceso hasta enloquecer. Nunca más se lo volvió a ver. Y al poco tiempo todos borraron de su memoria a tan detestable ser. El verano siguiente, un peregrino que pasaba por el pueblo encontró la botella. Sólo asomaba el cuello azul. La desenterró, la limpió, observó en ella una extraña belleza, un magnetismo especial y la guardó entre sus pertenencias. No se supo nada más del peregrino ni de la botella
- Un tiempo atrás, estaba revolviendo unos baúles que pertenecieron a mis abuelos, en el fondo de uno, había un paquete envuelto en pieles, y un papiro escrito en un idioma desconocido. No sé como lo pude descifrar. Dice que quien encuentre la botella deberá exhibirla a la venta si no una maldición lo envolverá. Y no tuve mejor suerte que haberla encontrado. Ese peregrino que la desenterró era un ancestro mío. Como no cumplió, el maleficio cayó sobre él. Peleó mucho por quitárselo pero no lo logró. Entonces en un acto de desesperación y locura escribió el pergamino, la envolvió y se suicidó. La única forma de librarme de esta carga era que alguien la llevara.
- ¿Y desde entonces nadie tocó la botella hasta hoy? ¿Tanta mala suerte tengo? – pregunta Lorena a punto de estallar en llanto.
- Lamentablemente es así – le responde con la mirada perdida.
- ¿Y por qué me estás ayudando? Si no lo hicieras te librarías de todo.
- Pasa que… - tímidamente dice Chen – siempre estuve enamorado de usted señorita. ¿Nunca lo notó? Cada mirada suya, cada vez que apoyaba su mano en la mía para dejarme una propina, me sentía el tipo más feliz de la tierra.
- No. Jamás pensé…
- No se preocupe – la interrumpe - Yo sé que esto es sólo un sueño para mí. No hablemos más del asunto. Tenemos que deshacer el conjuro de Lin.
- ¿Pero por qué, siendo tan fuerte la maldición, con los anteojos espejados no tiene efecto? – pregunta extrañada
- No lo sé, supongo que será porque en esa época no existían esas gafas – le contesta dubitativo – hagamos algo, vamos al supermercado. Yo tengo la llave y la clave de la alarma. Si lo hacemos con cuidado, nadie lo notará. Tengo una corazonada que puede darnos la solución, pero creo que debemos apurarnos. ¿Se acuerda de la fecha?
- ¿La de hoy? Sí por supuesto, es viernes 24 de noviembre de 2006
- Exacto, la misma que en la botella. Son las 23:15. Dentro de unos minutos será sábado 25 y demasiado tarde para romper el conjuro.
Lorena paga la cuenta y deja una buena propina, pese a la insistencia de Chen de hacerlo él. Salen con un paso un tanto rápido. El tiempo vuela cuando se está apurado, Una pareja en la mesa junto a la puerta del bar los observó al salir y comentó algo que no pudieron escuchar.
Llegan al supermercado. Unas rejas metálicas lo protegen de los posibles robos que son tan comunes en este barrio. Chen toma las llaves y abre una puerta negra, a la derecha del local. Se escucha un sonido agudo y continuo que cesa cuando marca el código. Sigilosamente entran a un pasillo largo y sin techo. Al final de éste hay otra puerta. Al abrirla entran a un depósito de mercadería, que se encuentra detrás de la góndola de los fiambres y lácteos. Desde ahí se alcanza a ver el sector de los vinos.
- Lo que debemos hacer es ir hacia donde sacó la botella y poner otra en su lugar en el instante que sean las 0:00 horas – explica Chen.
- ¿Eso es todo? ¿Tan simple? – cuestiona extrañada.
- Creo que con eso bastará, según lo que decía en el pergamino. Así la maldición transformará a la botella en lo que era antes que usted la comprara.
- ¿Qué hora es? Con estos anteojos no veo nada.
- 23:51- responde un tanto nervioso.
Le alcanza una botella de vodka, afirmando que va a servir para terminar con el suplicio. Lorena camina tanteando las góndolas, no prendieron las luces para evitar que los vean. Un exhibidor de papas fritas que se encuentra fuera de lugar (quizás estaban reponiendo mercadería y lo dejaron ahí) hace que tropiece y caiga de frente. Sus anteojos vuelan unos metros y se rompen en mil pedazos. Se da un muy fuerte golpe en la cabeza. Chen se acerca para ayudarla, sin notar que no tiene las gafas puestas. Sus miradas se encuentran. Ella no sabe que hacer. Trata de girar su cabeza, de escapar de esa situación.
- Lorena, al fin la tengo sola para mí- dice de forma libidinosa – toda mía.
- Chen, no, por favor no…
Se abalanza sobre su hermoso cuerpo, acariciándola, besándola, intentando quitarle las ropas. Trata de defenderse, de apartarlo pero es tanta la lujuria que no lo puede frenar. Mira el reloj desesperada, ya son las 23:57. La lucha continúa. No quiere lastimarlo, pero no le queda más remedio que hacerlo. La botella de vodka es el arma perfecta. Libera su brazo derecho, la toma por el cuello y se la parte en el costado de la cabeza. Un hilo de sangre corre por la mejilla de Chen. Con gran energía se levanta para buscar otra botella que reemplace la que utilizó como defensa. Consigue una similar.
- Espero que funcione – piensa con miedo – es mi única esperanza.
23:59. Se para frente al lugar donde comenzó todo. El reloj avanza y pareciera no llegar nunca la hora esperada.
23 horas 59 minutos 33 segundos. Estira el brazo casi ubicando la botella en su lugar, pero algo la sujeta del pié y tira de él con fuerza.
- ¡Chen! ¡No! Por favor soltame. Soltame que ya es la hora. Es mi última chance.
- ¡No! Vas a ser mía pase lo que pase. No te voy a dejar ponerla en su lugar.
23 horas 59 minutos 49 segundos. Con un último esfuerzo logra zafar su pie y ubicarse para volver a la normalidad. 58; 59; 00:00 horas. La base de la botella se ubica en el círculo que quedó marcado por el hollín acumulado luego de tanto tiempo sin limpiar. Una luz cegadora brota del cuerpo de Lorena. Ya no son un solo ser. La fusión se rompió. Cae aparatosamente al lado de Chen, inconsciente. Él, casi recuperado del golpe, la levanta en sus brazos. Debía sacarla de allí.
Las luces del supermercado se encienden. Los dueños ante el reflejo cegador entraron para ver qué había pasado. Uno de ellos porta un revólver de grueso calibre y abre fuego. Chen recibe un impacto certero en la frente y se desploma. Lorena, aún inconsciente, cae sobre él. Las personas que acompañan al ejecutor sacan del lugar el cuerpo sin vida y limpian todo rastro que pudiera inculparlas.
- No debió haber abierto la boca – dice uno de los dueños muy enojado.
- Sí. Ahora la maldición seguirá con nosotros y no sabemos hasta cuándo. Pueden ser días, meses, años… - comenta el ejecutor. Debemos llevarla ya.
Por ser cliente habitual, conocen su domicilio. La suben a la camioneta de reparto y con la suerte de que nadie se cruza en su camino, entran a la casa y la dejan recostada sobre su cama.
Suena el despertador como todas las mañanas a las 8:15. Apenas mirando por el rabillo del ojo, estira un brazo y lo apaga. Mira su reloj pulsera, ya es sábado. Extrañada piensa por qué se habrá olvidado de desconectar la chicharra, ya que no debía madrugar. Pero ya está. Una vez que se despierta es muy difícil que vuelva a dormirse. Un dolor muy fuerte en la base de la nuca la obliga a girar pausadamente la cabeza para tratar de aliviarlo. Aparentemente necesitará un par de aspirinas para comenzar el día. Se dirige a la cocina y pone a calentar agua. Saca su taza favorita, esa en la que solamente ella toma su té. Complementa su desayuno con unas vainillas terminando de una vez ese paquete, la marca que compró no le gusta mucho, tienen demasiado sabor a limón. Desayuna como si no lo hubiera hecho por años: con un apetito voraz. No recuerda si cenó la noche pasada, ni siquiera qué fue lo que hizo en todo el día. Despreocupada se dirige al baño para darse una ducha. Hoy no tiene ganas ni paciencia de llenar la bañera, preparar las sales y la espuma que tanto la reconfortan. Sale envuelta en una toalla hacia su dormitorio. Se pone bermudas color tostado, una musculosa blanca y ojotas negras. Aprovecha que es temprano, para ir al supermercado. Prepara su tarjeta de crédito y su documento, poniéndolos en un estuche plástico transparente y los guarda en el bolsillo trasero. Se fija en la alacena qué es lo que falta y por supuesto en su bodeguita privada, en la que hay un lugar vacío. Una botella de Cabernet Sauvignon con la mitad de su contenido descansa sobre la mesada de la cocina junto a su copa de degustación.
Sale de su casa con una extraña sensación. La vereda está mojada, hay bastante humedad en el ambiente. El sol tras un manto de nubes grises refleja una luz cegadora. Lamenta no haber traído sus anteojos oscuros. Al pensar en ellos la recorre un escalofrío y no sabe por qué. Llega al comercio, toma un carrito, el más grande, y comienza el derrumbe de mercadería dentro de él. Hace la pausa especial de siempre en la sección de vinos, su lugar favorito. Elige un Cabernet Sauvignon para completar el espacio vacío de su bodega. Toma el carrito para continuar con su compra pero algo le llama la atención, una botella distinta, con una tonalidad de azul muy particular.
- ¿285 pesos? – Dice extrañada al ver la etiqueta del precio – Con esa plata me compro tress Rutini. Estamos todos locos.
Pese a la gran tentación que representa, desiste de llevarla, sigue su compra y va a su casa.
Una luz azul brota de la botella y comienza a estirarse hacia los lados. Se forma un hueco en el medio de ella que absorbe la etiqueta con el precio envolviéndola como una ameba a su alimento. Su forma cambia como una masa gelatinosa hasta recobrar su belleza original. Ahora está todo como antes.
Carlos Gómez Delgado entra al Supermercado. Lleva puesto un traje gris topo con camisa blanca y corbata a tono. Es un tipo muy elegante, dueño de una importante inmobiliaria y disfruta mucho ir de compras. Lleva un sinfín de cosas: alimentos, elementos de limpieza, algunos artículos innecesarios pero que le gustan, hasta que llega a la góndola de los vinos. Siempre compra las cajas cerradas y en cantidad para proveerse por largo tiempo, y en cuanto tiene una oportunidad, se da el gusto de llevar alguno de esos de precio muy elevado. Pero hay algo que le llama la atención, entre los vinos más caros, esos que tienen un precinto con alarma para evitar a los amigos de lo ajeno, se asoma una botella distinta, que parece estar llamándolo. La luz de los tubos fluorescentes refleja en ella una tonalidad de azul muy particular. Un ideograma oriental de color oro le da un toque de originalidad. Un magnetismo que no puede resistir lo obliga a acariciarla y sin pensarlo ni un segundo, la deposita en el carrito de las compras.
Fecha de elaboración: Veinticuatro de diciembre de dos mil seis.